sábado, 7 de noviembre de 2009

Huellas/cenizas (2)






[En Enemigos públicos] el interés de Mann se ha desplazado: ya no se trata de esculpir al personaje sino de trazar su aura, de capturar —aunque sea fugazmente— su estela.
[...]
Detengámonos un instante en esta secuencia destinada a ocupar un puesto de honor entre los momentos más potentes de la filmografía de Mann. Su brevedad no debería impedirnos percibir que, en ella, se condensa todo el drama de Enemigos públicos: el drama de vivir deprisa revelado en la imagen quemada, en el brillo de las carrocerías, en las bocanadas de fuego. Dillinger avanza, la multitud se abalanza sobre él. Custodiado por dos agentes de policía, el protagonista es introducido en el coche que le conducirá a prisión. Y ahí, en el interior del automóvil, los dos agentes terminan —literalmente— desapareciendo. Solo queda Dillinger: su sonrisa y su mano saludando filmadas por Mann de un modo casi diabólico. Y los ojos de Deep: los ojos de un Ícaro en éxtasis danzando entre las llamas o —lo que es lo mismo— entre los fogonazos de luz y los flashes de las cámaras. El drama de vivir (y morir) deprisa a cambio de contemplar con sus propios ojos la fragua de su leyenda (la película insistirá en esta idea cuando, en una escena posterior, Dillinger visite las estancias policiales empapeladas con los recortes de prensa sobre sus hazañas).
Cristina Álvarez López, Vivir (y morir) deprisa.

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