La noche americana
“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, escribió Wittgenstein, porque “todo lo que conozco es aquello para lo que tengo palabras”. Si hablamos de cine, el mundo-lenguaje de los cineastas estaría constituido por aquello para lo que tienen imágenes. Y no hay duda de que el digital ha cambiado la forma de aquirir esas imágenes. La alta sensibilidad lumínica de las cámaras digitales, por ejemplo, ha terminado por convertirse en una alta sensibilidad estética. En los comienzos del cine la escasa sensibilidad de la película hacía muy difícil filmar la noche; había que simularla, filtrar el día para que se pareciera a la noche. Ahora, con la hipersensibilidad de las cámaras digitales, son las altas luces del día las que se resisten a ser registradas pues “queman” la imagen, la llenan de información, la sobresaturan.
Me resulta difícil pensar que algo tan importante como el tránsito de un cine que busca la luz a otro que la evita (vampírico, nocturno, sólo hay que ver las películas de Mann) no haya traído consigo otros cambios, otras formas; y, quizá, otro lenguaje.